SEPELIO CON FLORES NEGRAS

¿A dónde iré a naufragar después de que la sangre se pudra?
¿A qué cementerio irán los huesos de mi amor que no fue correspondido?
¿Cómo convenceré al diablo para que me lleve hasta su jardín?

Lo que no debía suceder: sucedió,
aquí estoy de frente ante mi cuerpo,
recordando los vicios y otros maltratos físicos,
mientras mi alma se niega a seguirme,
cansada de arrastrar tanta miseria,
con un gesto de asco intento convencerla
como tantas otras veces en la vida.

Cada quien con su pecado y con su infierno
porque la existencia es amplia
y todavía soporta unos cuantos abismos.

He buscado un corazón que siembre esperanza
sobre el cementerio de los amores
donde llegan a morir los poetas
sabiendo que la muerte no los ama.

A la sombra de un cadáver
me comprometo a escribir más versos,
todos ellos turbios y que escurran sangre,
a ese triste esqueleto le hago un sepulcro
y le encargo mi soledad para salir a navegar en aguas marchitas.

Del suave fallecer al duro existir
desde un veneno que endulza la tristeza,
como las aves que vuelan después de muertas.

Sintiendo ya que en mis entrañas el viaje llega a su fin,
con la respiración en el epílogo
y los gusanos golpeado a la puerta,
me obligo a destilar las gotas de mi dolor,
yo que lloré desde la desnudez de los días
ahora manchados con la menstruación del cementerio,
intentaré ser cordial tras el ocaso.

Mi tristeza: la mancha negra que arrastran los ríos del mundo,
valor con que me enfrento hasta manchar el reloj del universo.

De los muertos son las flores
que son espinas de los vivos,
recuerdos que cruzan mares de hiel
para acariciar otros labios y hacerlos míos,

Cuervos, búhos, criaturas del abismo para retar a la muerte
y así como la falsa coral me atavíe para que nadie se acercará,
alarma de un suspiro en otro corazón al que quise amar.

Cómo víctima al puñal
o como un moribundo que vuelve los ojos hacia dios.
me aferro a quienes me brindan cordura aún después de muerto.